Por Juan Cristóbal Demian
Corría el año 2009, quien escribe estas líneas era un alumno más de la Facultad de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica de Chile, allí, a pesar de venir de una familia de clase media con un pensamiento de derecha y de sentir un interés personal por esas ideas desde una edad temprana, me dejé llevar tenuemente por una sensibilidad que cada vez era más frecuente en las materias que cursaba y en el lenguaje universitario cotidiano, el de la injusticia social y la desigualdad. Respecto de las propias ideas que aún en aquel año yo decía seguir, no sabía en verdad nada; y sobre tener posibilidad de introducirme a un análisis complejo de la realidad nacional que yo supuestamente estudiaba, aún menos.
Tres años después ya había oído hablar de un tal Axel Kaiser, y si bien ya había dejado de lado la sensiblería descrita en el párrafo anterior, carecía de interés o fe inclusive de que hubiese algo por ser rescatado en el desastroso estado de la derecha chilena, se decía que ese Kaiser era el demonio en persona, me limité a suponer que era uno más de una cadena de personajes que destruían la derecha desde dentro por sus dichos impopulares, pero no lo había leído, incluso a pesar de ser ese año alumno de su hermana, Vanessa Kaiser, quien fue por lejos de las mejores docentes de mi estadía en el Campus San Joaquín.
Fue con la publicación del segundo libro de Axel, “La Tiranía de la Igualdad” (2015), que todo cambió, y con dicho libro que compré y leí me trague mis prejuicios y palabras, y detengo aquí la narración de mi experiencia personal que de seguro a pocos interesa.
Los párrafos anteriores no son para narrar mi vida, sino para ilustrar cómo es que -como yo-, muchos jóvenes con o sin tendencia política definida siguen su vida universitaria y quizás el resto de sus días siguiendo el discurso exterior predominante o los prejuicios personales a riesgo de seguir cualquier ideología de moda, o completamente ignorante de lo que puede estar pasando.
Al leer el potentísimo ensayo y primer libro de Axel Kaiser, “La Fatal Ignorancia” (2009), lo primero que hay que destacar es que en aquel año no era al parecer sólo yo el que no sabía nada, considerándome dentro de la derecha, sino que aquello de lo que hoy todos hablan -la necesidad de la lucha cultural de la derecha-, era inexistente incluso para las élites de dicho sector. De hecho, por lo mismo, y por ser este joven Kaiser una voz en un desierto, no había mucha probabilidad de que un mensaje de tal potencia tuviera cabida en el predecible y aburrido mundo de la derecha de fines de los 2000, en especial para quienes desde que nacimos sólo entendíamos por derecha a la Alianza por Chile[1].
Pero evidentemente Kaiser no cuestionba en su ensayo a muchachitos perdidos de clase media de 19 años, los cuales no tienen responsabilidad de ello, sino precisamente, y es lo que más causa conmoción, a aquella élite político-económica que se embriagó en la generación de riqueza y se despolitizó a tal punto de creer que la historia de verdad se había acabado; mas a pesar de ello, como una bola de nieve, el llamado a la conciencia política y a la lucha real por las ideas empezó a permear fuertemente en la juventud, y una comunidad cada vez más grande de personas empezó, gracias al fenómeno Kaiser, a abrir los ojos sobre la fragilidad de lo que nuestro país ha logrado y sus amenazas internas. Esta bola de nieve sigue en curso hasta el día de hoy.
El libro/ensayo de Kaiser se divide en tres partes, en las dos primeras expone sus tesis principales: 1) que las ideas importan y que todo lo que sostiene nuestro sistema y nuestra forma de vida depende de ellas, pero no como cosas abstractas, sino que pensadas por intelectuales y filósofos entre nosotros, de carne y hueso, que pueden mediante su labor transformarlo todo para bien o (muy frecuentemente) para mal y 2) que nuestro sistema político-económico, el más exitoso de Latinoamérica y ejemplo para los países en vías de desarrollo, está bajo una amenaza ahora ya, concreta, inminente y tomando forma a vista y paciencia de todos, derecha incluida.
De la primera parte quizás es de aquello de lo que más se ha hablado y que se ha vuelto incluso un mantra entre las derechas que emergieron después del libro de Kaiser; y es que ya sea desde Chile Vamos[2] a movimientos liberales y conservadores que están por fuera, todos han diseñado sus programas y campañas alrededor del slogan de la lucha por las ideas y la cultura, lo que en teoría está muy bien, pues la cultura es la idea o creencia cultivada, y si cambias las creencias de aquello que la gente cree que es bueno y verdadero sencillamente cambias toda la sociedad a nuevos parámetros sin importar si son erróneos o ilógicos.
Si bien el tema que Kaiser puso sobre la mesa con dicha tesis caló en las preocupaciones de la derecha, diez años después seguimos viendo erráticos intentos de ponerlo en práctica, y es que tantas décadas de ignorancia de la derecha en temas culturales pasan la cuenta, y la desadaptación aún es desesperante.
Pero ese no es todo el problema, de menor o mayor grado la segunda tesis de Kaiser al parecer aún no ha sido digerida del todo, grandes sectores de la derecha no están aún dimensionando el proceso de izquierdización radical de Chile, quizás como nunca antes en su historia. Peor aún, mientras algunos repiten el mantra de la lucha por las ideas con la boca, con la mano siguen teniendo firmes varias banderas de la izquierda, pensando que al final cambiando logos, renovando (en vez de defender) las ideas y gestando consensos va a lograrse un equilibrio político “noventero” que jamás volverá.
Es evidente que hay un dato histórico que considerar en esto y que atañe a la generación de la derecha liberal-conservadora de Chile del retorno a la democracia, la que sigue al pie de la letra la tesis del ensayo de Francis Fukuyama, “El fin de la historia y el último hombre” (1992), cuyo planteamiento es que el triunfo de las democracias liberales occidentales sobre el modelo soviético indica el fin de las coyunturas ideológicas y una humanidad que avanzará sin retorno al capitalismo y la democracia.
Las implicaciones de esta tesis no son menores, explica Kaiser:
“Si le creemos a Fukuyama y nos dejamos contagiar por el optimismo capitalista, como ocurrió en Chile y en muchas partes del mundo, lo primero que haremos luego de darnos por vencedores será colgar los guantes y abandonar la lucha por las ideas. Después de todo, no tiene sentido seguir predicando las ideas de libertad y economía abierta si éstas han triunfado de manera definitiva e irremediable. Ganamos para siempre.” (p. 125)
La experiencia mundial demostró que Fukuyama se equivocó por partida doble, ya al poco tiempo el politólogo Samuel Huntington en su ensayo “Choque de civilizaciones” (1996) hacía el ejercicio de recordarle a un occidente soberbio que aún coexistía con oriente y que las lógicas civilizatorias en aquel no seguían nuestros patrones. Pero además de eso, a nadie parecía importarle que dentro de occidente el comunismo jamás murió, sólo se rearticuló inteligentemente para cosechar lo sembrado tras una infiltración cultural de larga data.
En dicho sentido, volviendo a Chile, tanto los movimientos estudiantiles de 2011 como las polarizadas elecciones presidenciales de 2017 fueron el acelerador más importante de un proceso que está superando con creses lo que Kaiser pudo ver analizando el izquierdizado marco teórico de la Concertación[3] en agonía.
Es por eso que cuando Kaiser indica que “todos quieren vivir en un mejor barrio, comprarse un mejor coche, mandar a sus hijos a mejores colegios, etc.” (p. 193), lo hace analizando a un sector adulto de la clase media de fines de la década pasada, indicando que los incentivos a mejorar siempre están, incluso cuando se vota por la izquierda, pensando que con redistribución esas metas se lograrán, lo cual tanto Kaiser como los pensadores liberales que lo inspiran refutaron contundentemente, sin embargo, el problema en este punto es que Kaiser se queda corto con el cambio a nivel de creencias que hoy podemos ver con virulencia en los sectores estudiantiles cristalizados en el Frente Amplio[4] y su discurso de vanguardia feminista, las eternamente influyentes y poderosas Juventudes Comunistas, el regreso del estalinismo con candidatura presidencial incluida (Eduardo Artés), los colectivos anarquistas que siembran el terror en nuestros liceos, y una insurrección en curso en La Araucanía, todas ellas muestras de una radicalidad del odio a todo capital y la vida burguesa que deja pálido al ya explícito llamado de vuelta gradual al socialismo de la vieja Concertación; y es que las tendencias posmodernas que incluyen la apatía total, el desprecio a la vida, el antinatalismo y la liquidación de todos los valores eliminan incluso los incentivos que Kaiser consideraba relevantes hace una década. Si ni siquiera estos incentivos importan, ¿qué más da que el comunismo no funcione? ¿Por qué no imponerlo igual sólo en un acto de revanchismo y de muestra de poderío?
La derecha chilena cuando Kaiser escribía su ensayo ni siquiera respondía a la arremetida intelectual socialista de una añeja Concertación, permitiendo bajo sus narices la conformación de la Nueva Mayoría[5] y su proyecto de “retroexcavadoras” que fue un gran catalizador por cuatro años para toda la debacle mencionada, y sí, la economía importa y la evidencia muestra que el bacheletismo cumplió con estancarla, pero siempre hay que recordarle a la derecha que esos números son un indicador más dentro de un fenómeno complejo que está generando verdaderos zombies ideológicos en colegios y universidades, que secuestra la libertad de expresión con la corrección política dentro del mismísimo sector privado y que expone a la muerte a personas en el sur de nuestro país por defender a sus familias y sus propiedades.
Más aún, Kaiser ya veía cómo encerrada en su burbuja social elitista, la derecha criaba a sus jóvenes aislados y llevados a repetir el camino de la ignorancia. Indica Kaiser: “Cuando las élites se aíslan se vuelven, como diría [Gaetano] Mosca, ricas en individuos blandos y pasivos y, por tanto, incapaces de gobernar.” (p. 182).
Más aún Kaiser interpela a la derecha chilena acertadamente al comentar:
“El discurso de las políticas públicas es vacío e ininteligible políticamente hablando y más patético es basarse en los errores y horrores de la izquierda para aspirar, como mal menor, a alcanzar el poder. Eso es un seguro camino al fracaso porque es imposible encantar a las masas convirtiéndose en alternativa por descarte. […] Cuando las masas apoyan por “negación” no se identifican ni con el candidato ni con el proyecto y, por tanto, no lo respaldan realmente. Un grupo político que llega al gobierno producto del “apoyo por negación” carece de consecuencia del respaldo popular necesario para emprender reformas y adolece de un serio problema de legitimidad que suele traducirse en inestabilidad política y desorden.” (pp. 194-195)
Vale entonces indicar que la tercera parte de “La Fatal Ignorancia” es un esfuerzo de Kaiser por proponer líneas de estrategia para que la derecha pueda al menos empezar a ver algo de luz en todo este entuerto que no tiene nada de broma, pues nuestro sistema económico y político pende de un hilo, precisamente porque a nivel de creencias está siendo cada vez más minado por deslegitimación (no sólo en su utilidad sino en todo su fundamento) y de ahí a su abolición por la vía legal sólo queda un paso.
Volviendo a las eventuales indicaciones que hace Kaiser para que la derecha enmiende el camino, todas ellas de carácter a estas alturas más que obvias (pero que aún están al debe), no puedo personalmente dejar de destacar la que sigue:
“Se debe potenciar y estimular a jóvenes talentosos para que estudien carreras humanistas y no solo productivistas con el objeto de ir transformando los códigos progresistas que hoy campean en estas disciplinas. Aún más importante resulta hacerlo con jóvenes talentosos de clase media y de los quintiles más bajos de ingresos. […] Lo ideal es que una parte importante de ellos se dediquen después a la docencia y, en general, a actividades formativas y que en lo posible alcancen figuración pública, ya sea como actores políticos, analistas, periodistas, etcétera.” (pp. 178-179)
Desde una lectura subjetiva relativa a mi realidad personal, es sorprendente que, si bien hubo quienes me estimularon y potenciaron a seguir una carrera humanista sin perderme en las trampas de la izquierda teniendo un origen poco acomodado, este apoyo vino de mi círculo familiar y no de un ambiente ni social, ni universitario, menos político que me orientara y me guiara. Por ende, me es imposible no pensar en cuánta falta hace ese trabajo para que más y más talentos no sean consumidos por lo que hoy es una verdadera máquina de estupidización y manipulación colectiva que impera descaradamente en los barrios, liceos y universidades, acosando, desinformando y si es posible extorsionando a tantos jóvenes a militar en alguna plataforma subversiva o de lo contrario a callarse, mientras la derecha no es capaz de articular ni la más mínima batalla, ni de acoger y dar soporte a esos muchachos que podrían sumarse a nuestra causa y que necesitan urgentemente la confianza y el respaldo de los suyos para mantenerse firmes y estoicos en sus convicciones en ambientes tan adversos.
La necesidad de talentos intelectuales diversos en su origen social es una necesidad absoluta para la derecha chilena hoy en día, y sobre su importantísima función, Kaiser acierta indicando que “los intelectuales en la derecha deben difundir ciertas ideas y derribar otras, darles prestigio a algunas y derribar las demás, forjar creencias comunes, formar nuevas generaciones y al mismo tiempo asesorar a los políticos en la tarea de llegar al gobierno” (p. 199), y sobre estos últimos agrega que “jamás deben olvidar que el objetivo último de todo esto es el bien nacional y no el poder por sí mismo. Esa siempre será una diferencia radical con el progresismo.” (pp. 199-200)
De las frases destacadas en el párrafo anterior hay dos ideas trascendentales que siguen más vigentes que nunca, en primer lugar que las crudas leyes de la guerra aplican también en esta batalla cultural, nuestra derecha viene décadas jugando al consenso y la despolitización mientras la izquierda se apega a su doctrina, sigue firme y eleva la apuesta cada año que pasa; en segundo lugar Axel nos recuerda el sentido real de esta lucha, que es el bien nacional, instándonos urgentemente a recobrar para la derecha los valores de la honestidad y la magnanimidad, además de una urgente proyección a largo plazo, ya que otra pésima mala costumbre de la derecha es reducir su actividad a meras escaramuzas dentro de los partidos para repartirse puestos en el gobierno, lo cual no solo la deslegitima, sino que debilita sus lealtades y destruye su propia convivencia interna.
Finalmente, otra idea destacable es un llamado de atención directo a la interna del liberalismo criollo, acostumbrado al exitismo heredado por la espectacular revolución libertaria de los ‘Chicago Boys’, pero que en sus fundaciones y pomposas charlas no tuvo contemplaciones por la gente común que quedó desconectada de las ideas que estaban generando la riqueza nacional; así, lamentablemente nuestra élite liberal que puede jactarse de leer a Milton Friedman en su idioma ha olvidado por completo que el contexto cultural del que nace el liberalismo es completamente distinto al local, y que la ciudadanía chilena, eligiendo por mayoría o por omisión el camino opuesto en democracia, puede desarticular tarde o temprano su utopía capitalista. Explica Kaiser:
“No se puede importar sin más el “sálvese quien pueda” de los norteamericanos. […] La idea de que las élites se preocupan por el bien común no solo es imprescindible para asegurar armonía social sino necesaria por el ADN mismo de nuestra cultura. No hay nada peor para nuestro pueblo que el desamparo.” (p. 193)
Si bien la radicalidad de la izquierda se multiplicó exponencialmente desde hace 10 años, aún hoy “La Fatal Ignorancia” mantiene vigente su mensaje, especialmente por la lentitud de la derecha en avanzar en alguno de los temas señalados. Si bien algunas luces hay al final del túnel, se necesitan muchas más voluntades, más formación real para nuestros jóvenes, más entendimiento y valentía para que esas luces finalmente venzan a la oscuridad.
Con todo, toda una generación de jóvenes de derecha, incluyendo libertarios que ni siquiera existían antes en Chile, le puede desde ya agradecer a Axel Kaiser por haber prendido una primera antorcha en su camino hace ya diez lejanos años.
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*Todas las citas extraídas de: Kaiser, Axel. La fatal ignorancia: La anorexia cultural de la derecha frente al avance ideológico progresista. Santiago, Unión Editorial. 2014 [2009]
[1] Alianza por Chile fue el nombre de la coalición de partidos de derecha en Chile operativa entre 1989 y 2015.
[2] Chile Vamos es el nombre de la coalición de partidos de derecha chilenos que sucedió a la Alianza por Chile desde 2015, si bien sus partidos fundadores son los mismos, se encuentra hoy ideológicamente más al centro que su predecesora.
[3] La Concertación de Partidos por la Democracia fue el nombre de la coalición de partidos de centroizquierda chilenos entre 1988 y 2013.
[4] El Frente Amplio es una coalición chilena de partidos y movimientos de izquierda radical en vigencia desde 2017.
[5] La Nueva Mayoría es la coalición de partidos de centroizquierda que sucedió a la Concertación desde 2013, ideológicamente se posicionó mucho más a la izquierda con un proyecto presidencial en manos de Michelle Bachelet que intentó con fuerza derrumbar el modelo chileno de desarrollo y su estabilidad institucional, a pesar de ello no está tan a la izquierda como el mencionado Frente Amplio.