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El legado de Hans-Hermann Hoppe: aclaración para liberales

Por Nicolás Palma Catalán


Pocos pensadores contemporáneos son más controversiales que el autor libertario Hans Hermann Hoppe. Si bien es bastante conocido en Estados Unidos y Europa por sus conferencias y trabajos, aún no es tan popular en América Latina; sin embargo al desembarcar hace unos meses su nombre en algunos círculos liberales pensé que sería una gran oportunidad para dejar de lado los panfletos y avanzar en la discusión teórica dentro del liberalismo chileno, que tanta falta nos hace, para acercar nuestras ideas a la gente con frescas perspectivas. Desgraciadamente me llevé la triste sorpresa de que la mayoría de los primeros acercamientos a sus ideas han sido infructuosos, repletos de falacias y por gente deshonesta que no se ha tomado el tiempo de leer lo que en realidad está proponiendo, fue el caso de columnas de un tal Felipe Schwember y las de otros periodistas de poca monta.


Por lo tanto conviene hacer una lectura honesta, para despejar las tergiversaciones y avanzar por fin en una discusión entrampada por gente que no le interesa entender verdaderamente a quien está criticando. Sospecho que esa gente está muy cómoda con la interpretación de tintes progresistas que está tomando el liberalismo en Chile, a pesar que el liberalismo clásico nunca tuvo que ver con los valores progresistas hoy de moda, y a pesar también que esos valores no entusiasman a nadie más que a una élite autocomplaciente.


1.- Críticas a liberales clásicos


La crítica debe ser dura contra el enemigo, pero mucho más dura con tus amigos, pues son ellos quienes eventualmente deben defender tus ideas o principios. Y pocas personas han criticado más a los liberales que Hans-Hermann Hoppe, ya que en su visión, se desviaron de su objetivo principal, que debía ser el defender los principios de la vida, la libertad y la propiedad privada.


Veamos un ejemplo extraído de su Libro Democracia el Dios que fracasó, página 304: “Al aceptar el principio del gobierno, los liberales perdieron todos sus argumentos contra el socialismo, ideología que llevó la premisa hasta sus últimas consecuencias. Si el monopolio es justo, la centralización es justa. Si los impuestos son justos, más impuestos serán todavía más justos. Y si, por último, la igualdad democrática es justa, la expropiación de la propiedad privada de los particulares es también justa (lo que quiere decir que la propiedad privada no lo es). ¿Cómo puede entonces un liberal defender una menor imposición fiscal y una menor redistribución? Al admitir la justicia de los impuestos y del monopolio, los liberales pierden todo argumento moral de principio. Bajar los impuestos no es para ellos un imperativo moral, sino el consecuente de un razonamiento exclusivamente económico”.


Esta crítica es acertada pues abundan liberales que ven el asunto de los impuestos desde una perspectiva netamente técnica-economicista y no moral, con lo cual, basta que se modifiquen los cimientos originarios de lo que se entienda por “justicia social” para que el enfoque impositivo cambie consecuentemente.


Luego, no es raro ver liberales apoyar los más fantasiosos programas sociales y altos impuestos, derechos sociales estatales u otras invenciones socialdemócratas “pragmáticas” rawlsianas, lo cual lleva tarde o temprano al estancamiento económico y la pobreza. Si no es justo que nos coaccionen para fines ajenos, este análisis debe abarcar también los impuestos por constituir la coacción originaria, y no sólo eso que llaman “agenda valórica”, que es estatismo igualitario solapado, asunto que puede desarrollarse más en extenso en otra columna.


Tampoco se salvaron de sus críticas pensadores de renombre como Hayek y Friedman.


Sobre el primero, Hoppe dedicó conferencias a hablar del “mito de Hayek” donde, si bien reconocía sus aportes, criticaba su aceptación de la coacción del gobierno [1].


Sobre Friedman se refirió, en el libro Libertad o Socialismo, página 55:


“En los años 1930 y años 1940, la Escuela de Chicago todavía era considerada de izquierda, y era precisamente tanto que, Friedman, por ejemplo, abogó por un banco central y por papel moneda en vez del patrón oro. Incondicionalmente, respaldó el principio del Estado benefactor con su oferta de unos ingresos mínimos garantizados (impuesto sobre la renta negativo) al no se podía poner un límite. Abogó por un impuesto a la renta progresivo para conseguir sus objetivos explícitamente igualitarios (y él personalmente ayudó a poner en práctica el impuesto de retención). Friedman respaldó la idea que el Estado podría imponer impuestos para financiar la producción de todos los bienes que tenían un efecto positivo en el vecindario o aquellos que pensó que tendrían tal efecto. ¡Este implica, por supuesto, que no hay casi nada que el Estado no pueda financiar con impuestos!”.


En efecto, se ha demostrado empíricamente que es posible mantener un sistema judicial con tribunales privados y agencias de arbitraje, asimismo es posible prescindir de la seguridad pública, que de todas formas nunca hace lo suficiente con policías privadas, dos piedras de tope de los minarquistas del Estado mínimo, por ende no hay ningún motivo para que los liberales no se transformen en teóricos anarquistas de sociedades sin Estado, o incluso más, ¿Por qué no apoyar radicales transformaciones descentralizadoras en un país como Chile? ¿O al menos dedicar los esfuerzos en ir en esa dirección? Suele perderse de vista que un buen método para reducir el poder estatal es conferirle poder y/o autonomía a las regiones.


Además, en casi todos los casos los minarquistas han fracasado en sus intentos por mantener el Estado mínimo.



2.- Críticas a liberales progresistas


Quizás donde Hoppe es más criticado es en sectores liberales-progresistas quienes, eclipsados por la moda y las nuevas tendencias cool, han decidido “no quedarse en el pasado” y pontificar sobre lo que debe ser moralmente correcto en el siglo 21. De aquí que esta gente ya parte mal, pues cada época posee su propia versión de un código moral falso, y rechazar o adoptar posturas, en función de si son más “nuevas” o más “viejas”, supone una superficialidad conceptual propia de un infantil entendimiento de las ideas propias. Para ser más claros: ni lo nuevo ni lo viejo es bueno o intrínsicamente correcto por el simple hecho de ser nuevo o viejo.


Entrando en terreno, en su defensa de la ética de la propiedad privada, Hoppe –siguiendo la línea de Rothbard- concluye que defender la propiedad privada implica necesariamente defender el derecho de discriminar quién entra y quién no entra a mi propiedad o negocio por el motivo que sea.


Hoppe además extiende el razonamiento e incluye comunidades de propietarios o “comunas” que legítimamente se organicen y establezcan sus propias reglas, en un esquema parecido a lo que podría ser un gran “condominio” autónomo. Estas comunidades, deberían tener pleno derecho de admisión y de exclusión, tal cual lo tiene cualquier club u organización privada.


Estar en contra de este principio implica estar en contra de la ética de la propiedad privada y de la existencia de clubes autónomos, y quien lo esté difícilmente podría llamarse a sí mismo liberal o libertario, por lo tanto todos los libertarios o liberales deberían estar contra cualquier ley “antidiscriminación” o cualquier ley de cuotas de “inclusión” como base de su praxis política. Rothbard secunda este pensamiento y lo deja bastante claro, en su Manifiesto Libertario, página 274:


“Un principio fundamental del credo libertario es que todo hombre tiene el derecho de elegir quién puede entrar en su propiedad o utilizarla, por supuesto, si el otro así lo desea. La “discriminación”, en el sentido de hacer una elección favorable o desfavorable, sea cual fuere el criterio que se emplee, es una parte integral de la libertad de elección y, por ende, de una sociedad libre”.


Pero luego, Hoppe eleva la apuesta. Siguiendo las líneas de análisis económico trazadas por Ludwig Von Mises, se adentra en lo que se conoce como “preferencia temporal”, que en términos simples es cuánto está dispuesta una persona de evitar consumir en el presente para consumir en el futuro.


Si una persona está más dispuesta a restringir su consumo presente por un beneficio mayor después, esa persona será capaz de acumular más riqueza y prosperidad. Lo mismo sucede con grupos de personas: Es claro que un grupo de ancianos no está tan preocupado del largo plazo, tampoco grupos de niños, adolescentes, comunistas nihilistas o personas subsidiadas o en actividades viciosas perjudiciales en el largo plazo.


Por lo tanto, si se desea mantener un orden social libertario que respete genuinamente la propiedad privada de sus miembros, la comunidad de propietarios deberá excluir aquellos con comportamientos tendientes al parasitismo y la vagancia, y abrir las puertas a quienes tengan una preferencia temporal menor.


Asimismo, si una comunidad buscase preservar la familia, deberá excluir miembros que hagan gala de una actitud inmoral o defiendan la diversidad sexual, y viceversa.


Dado que Hoppe avizora una comunidad de propietarios libre y capaz de establecer sus propias reglas –y extiende esa visión a estilos de vida que él no comparte mientras se establezcan soberanamente-, y sobre la base de una observación empírica, concluye que una comunidad de familias tradicionales será la más apta para mantener un orden social libertario pues poseen una menor tasa de preferencia temporal versus las parejas del mismo sexo [2].


Es entonces absurdo tacharlo con alguna fobia, pues simplemente está haciendo observaciones empíricas. Igualmente absurdo resulta tacharlo de “neomonarquista”. Una vez entendido esto, es que se puede apreciar lo absurdas de algunas críticas que le hacen personas como el mencionado al inicio Felipe Schwember, quien nos demuestra lo poco útil que se han transformado los estudios de educación superior [3].


Discriminar en definitiva no es otra cosa que distinguir, estar en contra de hacer estas observaciones implica estar contra del uso del raciocinio propio. Esto puede sonar duro, sin embargo es algo que todos los seres humanos innatamente hacemos: cuando elegimos pareja, ocupación, vivienda o qué queremos comer estamos discriminando. Más bien cabría preguntarse cuál es el problema que tienen los progresistas con las elecciones libres de las personas.



3.- Críticas a libertarios de izquierda


Sin duda, el blanco preferido de las críticas de Hoppe es la izquierda libertaria y a aquellos que caen en el relativismo moral o el dogma igualitarista. Para él, el único libertarismo realista es uno de derechas. Entender todo esto no es sencillo, partiremos desde el principio.


En la epistemología de Hoppe [4], traída y perfeccionada desde los estudios de Erik von Kuehnelt-Leddihn [5] y de Paul Gottfried [6], la diferencia entre la izquierda y la derecha, radica en un desacuerdo fundamental entorno al rol y trascendencia de la naturaleza humana.


Mientras la derecha toma las desigualdades, diferencias biológicas y jerarquías entre seres humanos como inherentes y propios del orden natural, la izquierda rechaza las desigualdades y jerarquías, y las ve como “artificiales” o “socialmente construidas”, las cuales deben ser corregidas mediante ingeniería social.


En este aspecto, existe una gran similitud entre los objetivos declarados de los “libertarios” de izquierda y los socialdemócratas, si bien los primeros rechazan supuestamente la acción del Estado a través de programas estatales redistributivos o igualitarios, abrazan teorías anarquistas igualmente redistributivas que bordean el absurdo como el mutualismo, que pretende legitimar el robo de toda propiedad que no esté siendo usada [7], haciendo imposible el arrendar propiedades, lo cual llevaría necesariamente a la escasez de lugares donde vivir. Sin duda, una teoría ideal para bandas de asaltantes.


A los anarquistas mutualistas les falta algo de economía austríaca, al parecer el amor por el igualitarismo nubla la visión incluso de quienes reconocen al Estado como un mal intrínseco.


Los libertarios de verdad entonces, deberían dejar de perder el tiempo acomplejándose con la desigualdad y dedicarse a acabar con el centro del parasitismo y de la opresión de todas las personas por igual, que es el Estado, sin empezar luchas absurdas o contraproducentes como acabar con las jerarquías pues forman parte del orden natural, en las mismas familias hay jerarquías entre padres e hijos.


Hablando de opresión, aquí los objetivos de los socialdemócratas y los “libertarios” de izquierda nuevamente coinciden, cuando se embarcan en abrazar la lucha de todas aquellas minorías “oprimidas” por la cultura dominante, referida con los más variados apellidos tales como “patriarcal”, “heteronormada”, “falocéntrica”, “capitalista” u otros.


En palabras de uno de los últimos discursos Hoppe se refiere en duros términos a ellos [8]:


"En contra de sus propias declaraciones y pretensiones anti-estatistas, la peculiar victimología de la izquierda libertaria y su demanda de indiscriminada amabilidad e inclusión a la larga familia de víctimas históricas, incluyendo en particular a todos los extranjeros como inmigrantes potenciales, en realidad resulta ser una receta para un mayor crecimiento del poder de Estado”.


La máxima “divide y gobernarás” es implacablemente aplicada por los gobernantes y la elite progresista, al establecer las dicotomías entre opresores y oprimidos hombre/mujer, hetero/homo, Cis/trans para aumentar su control y dominio coactivo sobre la población.


Resulta absurdo entonces estratégicamente hablando intentar “apoyarse” en esas “minorías oprimidas” para achicar al Estado, pues su fin último es luchar contra aspectos subjetivos de la cultura que ellos ven como opresivos, no el reducir la coacción objetiva que ejerce el monopolio de la fuerza sobre ellos.

Asimismo, la panacea de las fronteras abiertas, apoyada nuevamente tanto por socialdemócratas como por libertarios de izquierda, resulta una nueva meta contraproducente dados los extensivos brazos de “ayudas” sociales y subsidios más servicios estatales ampliamente desperdigados; y dado que el Estado de bienestar rara vez retrocede, la mayor presión en los servicios y prestaciones estatales en presencia de un influjo de mayores cantidades de inmigrantes produce en primer lugar un obvio deterioro de estos servicios, y en segundo lugar mayores conflictividades en la población local que ven como su nivel de vida baja a pesar que están pagando por lo mismo, y otros son quienes se llevan las ayudas.


Luego, resulta irrisorio que estas personas que impulsaron las políticas permisivas inmigratorias se quejen de reacciones nacionalistas-populistas, cuando crearon el cóctel perfecto para que germinaran. Primero hablemos de reducir el Estado de bienestar, luego podemos hablar de abrir las fronteras.


Dadas las condiciones actuales, se deben entonces rechazar las fronteras abiertas, por constituir una empresa que atenta directamente contra los intereses de los sectores más pobres de la población.


Dada la gran cantidad de coincidencias entre la agenda cultural estatista socialdemócrata y las causas por las que lucha la izquierda libertaria, es que tiene razón Hoppe al decir que no existe un futuro para el libertarismo con ellos, en Chile de hecho es normal ver centros de dirigentes estudiantiles “libertarios” apoyando los llamados “derechos sociales”, que no son otra cosa que más prestaciones estatales con cargo a los contribuyentes.



4.- Para terminar, una invitación a leer


Dado que existen muchas personas ofendidas con las ideas de Hoppe, especialmente en sectores liberal-progresistas, esta es una invitación a leer sus obras y las de su mentor: Murray Rothbard, para que se puedan armar una visión propia alejada de las tergiversaciones malintencionadas de gente que no tiene realmente la intención de mostrar fidedignamente las obras de estos escritores.


Es probable que, tras hacerlo, lleguen a la misma conclusión que yo llegué: Que defender la propiedad privada implica defender las elecciones de las personas hasta sus últimas consecuencias, y que el libertarismo no tiene nada que hacer en la izquierda ni tiene nada que ver con la agenda cultural progresista, hoy de moda.


Existe una amplia gama de propuestas que pueden salir si uno emprende este viaje, por ejemplo:


- Nuevas y más radicales medidas descentralizadoras que incluyan soberanía e independencia tributaria a las regiones (dependiendo de la viabilidad práctica de cada región, ya que es iluso pensar que dado el conflicto en La Araucanía con grupos enemigos de la libertad esto pueda llevarse a cabo de forma rápida).


- Reducciones en impuestos que podrían aliviar la carga de los más pobres y del sector productivo.


- Y por supuesto, eliminación de ministerios y de programas estatales, muchas veces hoyos negros de despilfarro de recursos.


Referencias:


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